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Playa Hornito
Siempre cerca del mar
La ruta oceánica que va de Antofagasta a Iquique es única por la forma en que se mira, no sólo porque el mar siempre está de un lado, sino porque se desarrolla con una paz y serenidad que entre curvas y rectas permite observar cómo es la vida en estas latitudes.
Los arrecifes de pescadores, el mar y el desierto comienzan a dibujarse como manchas en una pared al salir de la península de Mejillones. Y es desde aquí que el mar se fusiona con el desierto en una constante lucha por ver quién es el protagonista. Hay veces que el mar gana y otras, la arena.
Así que después de recorrer 90 kilómetros desde Antofagasta y pasar por pequeños balnearios como Chacaya e Itata, aparece un pequeño cartel que dice que a sólo 3 kilómetros a la izquierda se encuentra el exótico spa de Hornitos. Y ahí está. Un lugar difícil de describir, donde los acantilados de una inmensa meseta de arena se rompen ante la presencia del mar y entre estos dos fenómenos un centenar de casas de verano se encargan de actuar como intermediarios.
La naturaleza casi virgen
Hornitos no tiene agua, electricidad ni servicios, es más bien un lugar de verano donde la gente debe llevarse todo durante su estancia y donde la ecología debe ser cuidada de la manera más estricta: no se puede tirar nada. La belleza del lugar es tal que esta medida es aceptada por todos los que visitan el sitio.
El mar aquí es único. Tiene la temperatura ideal para bañarse incluso a altas horas de la noche y es tan sereno y azul que pocos se resisten a la idea de quedarse a observarlo desde fuera. Casas de dos pisos de todos los colores se suceden en los kilómetros que la meseta mira al mar. Algunas se apoyan en zancos o casas de zancos, otras directamente, como incrustadas en las rocas.
La verdad es que, a primera vista, esta variedad de colores y formas enamoran al visitante. Detrás de estas mesetas y acantilados, es posible apreciar la majestuosidad del desierto que, desde la cima de sus montañas, guarda este pequeño paraíso que el hombre bautizó como 'Hornitos'.
Un lugar de veraneo para los habitantes de Antofagasta donde la naturaleza aportó su grandeza y sabiduría divina y donde el hombre encontró la horma de su zapato: vivir sin causar ningún daño, algo prácticamente imposible en los tiempos modernos en los que corre el mundo.
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